Una sentencia popular, recogida por el escritor Guilbert de Pixérécourt, cuenta que en el año 1400, en la localidad francesa de Montargis, se le concedió a un perro Mastín la categoría de demandante en un proceso por homicidio. El perro, que respondía al nombre de Fiel, pertenecía a Aubry de Montdidier, quien era miembro de la Guardia del Rey Carlos V de Francia.
De Montdidier murió a manos de un rival, quien enterró el cadáver en el campo a efecto de que el mismo no fuera encontrado.
Se dice que Fiel, que presenció la escena, condujo a los alguaciles hasta el lugar en el que estaba sepultado el cuerpo de su amo, y que cada vez que veía al asesino gruñía amenazadoramente. Aquello resultó muy sospechoso, por lo que el rey permitió que el perro se presentara como demandante en un proceso judicial. El criminal, lógicamente, negó los hechos.
Los jueces se preguntaban a quién creer: ¿al hombre o al perro? Por eso, y con la finalidad de obtener pruebas que aclararan los hechos del juicio, se decidió organizar una ordalía, es decir, un “juicio de Dios”, que consistió en un duelo a muerte entre el hombre y el animal, partiéndose de la base de que, supuestamente, el Señor favorecería a quien tuviera razón.
Armado con un gran escudo y una larga espada, el asesino tenía una notoria ventaja sobre el perro. Pero la tenacidad de Fiel se impuso sobre la superioridad armamentística de su adversario, quien acabó tumbado en la arena con la mandíbula del can en su garganta y confesando su culpabilidad.